jueves, 22 de noviembre de 2012

Decir Adíos!


Una de las situaciones que más han dado tela de dónde cortar a novelistas, poetas y guionistas: la separación de dos personas que se aman profundamente pero que las condiciones de sus vidas y decisiones obligan a separarse. Desde brujas y seres envidiosos, guerras, mentiras crueles, hasta viajes en el tiempo (como sucediera a Christopher Reeve en ‘Pide al tiempo que vuelva’). Por lo general representa un guacatazo ‘marca llorarás’. Porque la separación no es concebida por falta de amor, por fracturas emocionales o incapacidad para convivir.
Por lo general queda una herida abierta por muchos años. Quizás casi todos los seres humanos necesitemos de una razón rencorosa, casi un cataclismo para dejar ir a una persona por la que alguna vez fuimos capaces de ‘dar un riñón’. Pero en estos casos no es así y uno se despide en el aeropuerto, estación del tren o en plena calle llorando y sollozando con la cochina duda de si se volverán a ver, si debes esperar a tu amor como Florentino de ‘El amor en los tiempos del cólera’, o si debes comenzar a pensar en sanarte y buscar un nuevo amor. Aún así, precisamente por esa separación sin causa amorosa, quizás pases toda tu vida recordando a esa persona con una nostalgia especial. Y nunca falta los que realmente se obsesionan al grado de canonizar emocionalmente a ese amor perdido. Los terapeutas aconsejarán ‘dejar ir esa emoción’, analizar qué generaba en nosotros esa persona que ahora vemos perdido y que no es la persona como tal sino una parte de nosotros que está agonizando, los freudianos también apelarán a que encontremos la relación de nuestros progenitores con ese dolor. El caso es que duele hasta el tuétano. ¿Y cuando se está en dicha situación? Cuando la distancia es la causa del término y tenemos que aceptar que la larga distancia no nos funcionó (hay quienes se adaptan a ella) y no queda más que asumir el fregadazo.
Un sexonauta está pasando por eso. Y vía mail me pide consejo ¿Debe esperar a la chava? ¿Debe creer que ella cumplirá su promesa de regresar (con el sentimiento intacto, cosa que nadie puede controlar porque el tiempo suele tener un impacto sobre lo que sentimos)? ¿O debe dejar su vida completa y en perfecto romanticismo ir tras ella para evitar la distancia geográfica? Realmente no hay consejos exactos para estos casos, sólo dejar ir a la persona y confiar, tener fe. Saber que debemos ponernos un plazo sano para esperar y si con la cabeza fría que nos dará un  buen tiemo separados, analizamos que no hay realmente mucho qué esperar, instarnos a despedirnos emocionalmente de la situación. Uno puede culpar a la mala suerte, maldecir, despotricar pero cuando el final es inminente, no queda más que aceptarlo. Bien dicen que no nos enamoramos de nadie sino de nosotros mismos cuando estamos con esa persona, nosotros creamos el espejismo o la realidad gozosa. Y sabemos, que al evolucionar poeamos enamorarnos de nuevo de nosotros inertados en la vida de alguien nuevo, o dejándolo insertarse en la nuestra (sin albur jaja). Pero siempre será necesario permitirnos doler (de duelo), cicatrizar, sanar y darnos el permiso del desapego para dejar ir. Antes.
¿Les ha pasado? ¿Cuál fue su experiencia?

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